Es necesario que las grandes ciudades recuperen espacios verdes y libres para desahogo y recreo de sus habitantes. La Ecología urbana ingresó en la temática internacional con la Conferencia de la ONU dedicada al medio ambiente humano en 1972. A partir de entonces, se creó un programa del organismo mundial (Pnuma) dedicado al tratamiento de los problemas ambientales que se presentan especialmente en las grandes ciudades. Inicialmente, la cuestión se situó dentro de los límites de la biología, pero al desarrollarse amplió sus dominios, de modo que comprometió el interés de geógrafos, antropólogos, sociólogos, arquitectos y psicólogos.
Dentro de la nombrada Ecología urbana, el tema de la salud mental del habitante de las grandes ciudades es hoy una preocupación central. Las razones de ese enfoque se fundan en la forma en que discurre la vida humana en las áreas densamente urbanizadas. En ellas sus pobladores tienen que moverse en medio de la presión de las aglomeraciones, los tropiezos de la circulación, el martilleo de los ruidos y la estridencia de los conflictos. A la vez, los espacios verdes que ofrecen rélax son comparativamente reducidos y, paradójicamente, el ser humano que compite por el espacio, el puesto de trabajo y el consumo con sus semejantes experimenta con frecuencia un ingrato sentimiento de aislamiento social y vincular, aunque viva rodeado por una multitud. Esta realidad afecta ya al 50 por ciento de la población mundial actualmente radicada en el medio urbano y, según se prevé, esa cifra demográfica aumentará al 70 por ciento cuando promedie el siglo en que vivimos.
El cuadro descripto de algunos factores que continuamente afectan, tensan y crispan a quienes viven, se reitera en las megaciudades como Tokio, Nueva York, San Pablo o en zonas urbanas como el Gran Buenos Aires, y en ciudades que prometen serlo. Sus consecuencias son negativas para la salud mental. Así lo han comprobado especialistas de la psiquiatría, tanto en nuestro país como en el exterior, y sus juicios están probados por investigaciones cuya conclusión puede enunciarse así: con la mayor densidad de población de las grandes ciudades, crecen las tasas de las patologías mentales en una proporción superior que alcanza al 77 por ciento sobre las áreas de menor densidad.
Las vías de solución en mucho dependen de la planificación urbana. En ella la actual ecopsicología asume la tarea de analizar el modo en que la arquitectura condiciona los comportamientos humanos. Una premisa básica que sustenta esos estudios es la necesidad de recuperar y acrecentar espacios verdes y libres, a fin de que los acosados habitantes de la gran ciudad puedan encontrar desahogo y posibilidades accesibles para desarrollar actividades recreativas y deportivas. Eso facilitará, también, la buena integración social y ayudará a disipar los males de la muchedumbre de solitarios.
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